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Érase una vez un poeta

  • Foto del escritor: Juan J. Mesa
    Juan J. Mesa
  • 17 jun 2024
  • 2 Min. de lectura

¿Entonces

debería ir sobre una moto

imitanto los vaivenes de Caronte

subiendo por el Campestre

destilando de la adrenalina

versos que no se vuelen de la memoria?


El vértigo de componer después de sobrevivir

y esa haraganería de hablar

tras la osadía –y estoy diciendo más temeridad.


Sí, yo digo que cada viaje y cada carrera y cada

me perdí

es en sí mismo un gesto y una ofrenda:

gesto de estulticia y furor,

ofrenda de necesidad y vida.

Pero en verdad pienso en cerrar lo ojos para poder ver

y que los animales me digan al oído las historias.


¡Bendito sea el que vino antes que yo!

Que se robó la espada y me la dejó en la puerta;

que me cortó el viento que iba delante

para que yo atravesara las palabras.


Ya querré sentarme a tu lado

–yo prepararé de comer y encenderé la chimena–

para que me cuentes las caídas y las peripecias;

y mientras bebamos ese vino

hallemos el oro en las memorias

o las historias –a estas alturas, ¿cuál es la diferencia?


El oro que me trajo un duende

cuando me dormí en la pinocha.


Quiero saltar de las cascadas

y hallar el sentido de cómo caen las hojas;

cierro los ojos para recibir

y en la oscuridad el mudo deviene un solo símbolo;

que me vean lamerme los labios cuando el hablo al porvenir

porque estoy muy canasado de las escuelas.


A los domadores de leones:

escriban con su látigo;

y los amantes avergonzados

dueños del ritmo en el silencio;

a los que trepan la montaña para poder ver

y sus veros tienden universo.


Bendito sea el que vino antes que yo

porque le tocó perder y probar primero,

porque me dejo hullas y arañazos,

porque abrió trocha y le encargó a esa viejita que me dijera:

camina, hijo, que el camino es largo

para llegar.


Bendito sea el que vino antes que yo,

le besaré las manos y lo encomendaré en mis plegarias:

sus hombros, mis binoculares.

Y en los tiempos de ahora

que rápido ya es ciento noventa

y en los tiempos de mañana

que seré yo también

precursor de la velocidad

cuando los carros y los poetas

vuelen.


(Y a los que vieneron antes que yo:

dénme la bendición

y sea su esperanza

que no se repitan las palabras).


A propósito del poemario de Javier Rodas Érase una vez un poeta, de atarraya, editado por Lina Parra.


Portada del libro Érase una vez un poeta, con un poeta perforado por dos flechas, santificado, amarrado en un árbol, representando la historia del mártir San Sebastián.



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