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Me alegro por mi ocaso

  • Foto del escritor: Juan J. Mesa
    Juan J. Mesa
  • 5 jun 2024
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 5 jun 2024



Me resbalé por el peñasco cuando te vi a los ojos;

o más bien:

yo estaba en el canal que riega los cultivos de arroz

y cuando me miraste

subí a la postura de las aves

que ven todo lo que hay debajo.


He caminado como los que suben montañas:

con los ojos cerrados,

casi llorando por las piernas entumecidas,

llevando hasta la cima un nombre entre los dientes.


Partí, ¿saben por qué?

Porque tuve un sueño que me mostró al mismo tiempo todas las imágenes.

Y entonces salí corriendo como los niños cuando llegan los papás:

buscando otra vez la lucidez de su belleza.


Me fui siguiéndote los pasos y repitiendo tus palabras.


Me daba miedo caminar junto al mar, ¿recuerdas?

me parecía que la playa dividía el tiempo:

a mi derecha el sol quemaba porvenir,

a mi zurda la selva me reclamaba las promesas.


No diré que llegué a puertos desconocidos:

lo desconocido me lo sirvió en la mesa

una abuela que me dejó dormir en su cabaña.

¿Cómo vemos los árboles cuando hay lluvia?


Entre los montes donde crecen las setas,

—ustedes saben, las setas que son de oro—

el espíritu de mis ancestros me miró altivo:

me pidió una canción que yo no sabía

pero supe tocar

porque mis dedos reconocieron en el viento

su dolor antiguo.

Y ese viejo de los míos,

que se llamaba Siracusa, me dijo:

Te he traído nuestro don.

Pero no te alegres,

ser heredero es peligroso (1).


Y cuando desapareció

corrí porque olí el lago

y di vueltas de alegría

antes de llorar frente a su claro.

Todo lo que había querido traer

ya no me hacía falta.


Acampé junto al umbral.

Encendí la fogata como me dijiste:

con mis propias cenizas.

No le dije a nadie, es verdad,

tampoco pude explicarlo.

Del fuego salió una sombra y entonces me di cuenta.

Me giré: era la tristeza del valle

abandonado,

frío,

sangrando todos mis juramentos.

Te lo juro,

subí a la cima para ver más allá del horizonte:

y comprendí que la tierra es redonda.


¿Me arrojé o me caí?

No importa, volando fue que lo supe:

el camino para contemplar el ocaso

es el mismo de la redención.



(1) Nietzsche, F. La virtud que hace regalos, en Así habló Zaratustra.

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